Natal y Genipabú
Ciudad costera que solo fue de pasada, cuando llegamos, de noche, el cansancio y el calor no la pintaron real, cuando la volvimos a ver fue otra la impresión edificios altos, velocidad en sus calles, poca gente todos estaban en la playa, como toda ciudad tiene otro latir. Esa mañana el sol quemaba como en el mismísimo infierno llegó el bugui con Lucio, a nuestra posada, que se bajó, saludo y dijo-¿listos?- si, estábamos esperando este paseo desde el primer día que vimos pasar a los bugui por las calles, por las playas. Compartimos el paseo con una pareja que resultó ser súper amena, el muchacho era ENORME!!! jajajaja ahí es cuando uno tiene que acordarse que no siempre la primera impresión es la que cuenta, dos personas encantadoras, súper serviciales y atentas. El sol estaba encendido pero la velocidad hacía que disminuyera el golpe sobre la piel, mucha agua, taparnos resultó esencial, cada parada hacía que fuera un disfrute nuevo y el asfalto de la ruta ya no se sentíera, piscinas naturales, laguna, un parador particular todo es tan único en Brasil, un carro de helados que se convertía en “ANFIBIO” el vendedor se iba adentrando en la laguna y vendía HELADOS EN EL AGUA. El punto alto de la excursión fue cuando llegamos a los tan ansiados médanos de Genipabú, eran interminables, era un gran desierto, la muñeca y destreza del chofer hizo que disfrutáramos cada momento entre entre risas y gritos que festejaban la velocidad en cada metro recorrido, parecía que terminaban y volvían a empezar. Hace “cumbre” y por Dios eso si era el paraíso o todo lo que uno cree que es.
El regreso te deja un sabor… a un nuevo recuerdo que estimulará y que estará ahí en algún momento en que lo necesites.